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MEGACRISIS, NEOLIBERALISMO Y LOS DESAFÍOS DE LAS IZQUIERDAS


(Artículo Publicado en la Revista Nueva Hegemonía n° 13 del Centro PATRIA  Julio agosto de 2022)

Álvaro Campana Ocampo

En el presente artículo se busca establecer el carácter de la (mega) crisis en sus diversos alcances, ámbitos y escalas para a partir de ello especificar la crisis del orden neoliberal en el Perú y establecer los desafíos y tareas que tienen las izquierdas para la transformación del país. Esto pasa para nosotros por el impulso de un proceso constituyente que, sobre la base de la movilización social, política y cultural, permita cambiar la correlación de fuerzas y sentar las bases de un nuevo pacto social, radicalmente democrático e intercultural, refundando así la república, y transformando el estado y la sociedad. Para ello las izquierdas deben asumir una política independiente y un mito constituyente que les permita desmarcarse de la descomposición del poder constituido.

El carácter amplio y profundo de la (mega)crisis

Desde posturas diferentes (Lynch, 2022; Vergara, 2021) encontramos que en el Perú del bicentenario de la independencia y fundación de la república[1], se anudan diversas -de diverso alcance y escala- crisis que podemos decir configuran una megacrisis (Brunner, 2020). Un momento histórico que puede implicar una bifurcación histórica a nivel global que nos obliga y nos da la oportunidad de pensarnos como sociedad y estado. Dar cuenta en este breve artículo de la megacrisis y cómo nos impacta es una tarea más que complicada. Por ello nos centraremos en algunas de las crisis, particularmente del neoliberalismo en el Perú y su consonancia con lo que vivimos en América Latina y en el mundo. Y, con ello buscar comprender la actual coyuntura política en el Perú y sus posibles salidas que no pueden pensarse superficialmente, sino estructuralmente.

Podemos decir que vivimos una coyuntura estratégica, es decir en la que pueden ligarse los aspectos de corto plazo con los del largo plazo, los coyunturales con los estructurales. Es el momento de la política, de la imaginación política (Ramírez, 2020), es decir donde todos los desafíos y dificultades en los distintos ámbitos de la sociedad pueden resolverse a través de la acción política inaugurando las posibilidades de un nuevo momento histórico que puede ser mejor o peor que el que hoy vivimos. Crisis de gobierno, crisis política, crisis de régimen, crisis de estado se articulan con la crisis climática, alimentaria, crisis del orden institucional global, crisis de la democracia, crisis económica, incluso crisis civilizatoria. Por eso lo clave del momento presente en el que pareciera no pueden plantearse alternativas integrales al capitalismo, estas son más urgentes que nunca. Cada movida táctica tiene implicancias estratégicas.

Un acontecimiento clave, tanto en el Perú como a nivel global, ha sido la pandemia del covid 19. La idea de que todo puede ser regulado por el mercado y que este lo va a resolver todo ha sido desmentido dramáticamente por este acontecimiento. Aún más, el origen de la pandemia puede remitirse a la subsunción total ya no solo extensiva sino intensiva del mundo de la vida y de su cuerpo orgánico, la naturaleza, a la lógica mercantil y la explotación intensiva produciendo procesos de zoonosis cada vez más recurrentes que dadas las conexiones globales, terminan generando pandemias que tienen fuertes impactos en las sociedades humanas. Otro tanto podemos decir de la crisis climática que amenaza también la subsistencia de la raza humana. A ello hay que agregar sin duda el paso de un mundo unipolar a uno multipolar que parece traer de vuelta los conflictos interimperialistas, la emergencia de la ultraderecha, los fundamentalismos, la xenofobia entre otros.

Podemos decir además que hay un proceso muy profundo de cambios en las relaciones sociales en el capitalismo en su fase neoliberal que va haciendo impotentes a los estados y a las sociedades para responder colectivamente a estos desafíos dada la configuración de un sentido común instaurado desde políticas determinadas pero también desde la cultura, que plantean la idea de que es el esfuerzo solitario, en una sociedad de alto rendimiento, donde el objeto del emprendimiento es uno mismo y las salidas son principalmente individuales las que permiten lograr el éxito particular, convirtiéndose en la forma de sociabilidad fundamental.(De Carolis, 2022; Han; 2012) Un sentido común donde lo público, lo común y el Estado y las instituciones son denostados. En un contexto de alta informalidad, precariedad y vulnerabilidad que produce una sociedad fragmentada e inevitablemente violenta y atravesada por la criminalidad como la peruana, cabe preguntarse cómo imaginarnos como una comunidad política. Una sociedad atravesada además por múltiples abismos configurados en diversos procesos en las que encontramos una grosera concentración del poder, en la que los billonarios se enriquecen a pesar de todo mientras que los niños y niñas menores de tres años en Puno padecen en un 70.4% de anemia[2] y en la que se van generando divergencias sociales, territoriales y culturales profundas.

La crisis del neoliberalismo

El orden neoliberal instaurado en 1992 mediante un golpe de estado y la instalación de una dictadura tiene serios problemas para reproducirse como régimen, como modelo económico y como sentido común. Es cierto que, desde la caída de la dictadura fujimorista, pero sobre la base del orden macroeconómico construido por esta, se logró estabilidad política y económica que sacó a un sector importante de la ciudadanía de la pobreza e hizo estable la alternancia política desde el año 2001; sin embargo, se obvia que esta estabilidad fue posible gracias a los excepcionales precios de los minerales a la vez que se mantuvieron altos niveles de precariedad y vulnerabilidad para las grandes mayorías. A pesar de las demandas de cambios expresadas en la lucha contra la dictadura, en los procesos electorales sucesivos tras el retorno a la democracia y la movilización social producida para una mejor redistribución y el mejoramiento de la provisión de servicios y garantía de derechos, la destrucción del tejido social ha ido avanzando de la mano de las continuas traiciones perpetradas por los gobiernos democráticos que prometieron cambios, pero fueron en contra de sus promesas electorales.[3]

La pandemia, y circunstancias como la guerra entre Ucrania y Rusia que anuncian una crisis alimentaria que golpeará duramente al Perú, han ido visibilizando las tramas mafiosas que generaron el debilitamiento de un estado que garantice servicios y derechos básicos y la configuración de un estado capturado para permitir la acumulación originaria de nuevos sectores que a través de la corrupción y el emprendimiento empresarial hicieron negocios incluso en los momentos más duros de la pandemia por ejemplo con la salud. La pandemia desnudó esta realidad fuertemente y estalló a través de la profundización de la crisis política, la desafección de las grandes mayorías frente a la política e incluso la propia democracia.

Las llamadas élites han reaccionado poniéndose al lado más reaccionario de la política y la cultura para defender la hegemonía neoliberal. Males históricos como el racismo colonial vuelven a ser parte del discurso de estos sectores; el desconocimiento de la acción terrorista contra la población perpetrada por el estado en la guerra contra el terrorismo subversivo; igualmente una ofensiva contra los limitados avances alcanzados por las mujeres y sectores históricamente oprimidos en nombre de valores trasnochados, especialmente en el sector educativo.(Iguiñiz, 2022) Hoy pugnan estos sectores por recomponer histéricamente su poder y su hegemonía ya que nuevamente han sido desafiados, como ha ocurrido en diversos  momentos, pero que ahora se hizo más evidente con la elección de Pedro Castillo que encarnó la posibilidad de una salida diferente a la crisis, o por lo menos ese hartazgo y mal humor de un sector poco despreciable de peruanos y peruanas que siguen viviendo al límite, soportando desprecios y agravios que son históricos y estructurales.

Los mecanismos institucionales no han funcionado en medio de una pugna de fracciones políticas que representan a los distintos sectores del capital, al monopólico, pero también al que emerge producto de los procesos de acumulación en los márgenes de la legalidad y la informalidad que propicia la ausencia del estado. En efecto, la institucionalidad construida por la dictadura con la constitución del 93 fue hecha para que el dictador o sus continuadores controlarán el poder en su conjunto o pudieran coparlo. Sin embargo, sus fallos de diseño nos han llevado a una situación que difícilmente encuentra salidas de carácter institucional y político. Con grupos de poder acostumbrados a tener todo el poder controlado, con sus representaciones políticas dispuestas a hacerse de las palancas estatales por cualquier medio, nos encontramos en un impasse político desde 2016 y que se reedita una y otra vez con la participación del poder ejecutivo, del legislativo, del poder judicial que se enfrentan y han sido objeto de reformas fallidas.

Con un sistema de partidos producto de la anti-política promovida desde los noventa y conformados los partidos como vehículos precarios de los intereses de los grupos de poder, sea a nivel nacional como sub-nacional, se han ido erosionando y diluyendo una y otra vez las posibilidades de conformar proyectos políticos serios e instituciones que puedan darle un orden y una salida democrática a las múltiples crisis que nos constituyen. En una sociedad fragmentada y con una ofensiva permanente contra cualquier atisbo de fortalecer a una sociedad civil que la organice como ocurre con la destrucción de las comunidades, los sindicatos, la criminalización de las protestas, los actores son débiles y pasto de caudillos con los que se identifican las mayorías, o minorías, más que producirse la posibilidad de la representación política de sus múltiples intereses.

Buscando alternativas

Hasta aquí, no se hace difícil entender cómo es que Castillo llegó al gobierno, tampoco el rumbo que ha seguido su gobierno marcado por la improvisación y la falta de rumbo en cuanto a políticas en general, al piloto automático en la economía, y sumido en casos de corrupción de su entorno. Tampoco el asedio que sufre el gobierno desde el inicio desde la ultraderecha vinculada a los más reaccionario y mafioso del poder, pugnando por hacerse del gobierno o controlarlo desde el congreso, cercarlo desde el poder judicial o el poder mediático apuntando a un golpe blando. Por ello no es difícil imaginar las dificultades que se tienen desde la política para darle salida a la crisis en cualquiera de sus formas. Este creciente deterioro confluye ahora con el momento difícil que vive la humanidad entera y la reconfiguración a nivel global de las sociedades y la organización de los poderes a nivel geopolítico. Frente a ello, se hace urgente encontrar vías que permitan una transición hacia una sociedad ojalá mejor. La idea de un programa de transición como el que se planteara en algún momento desde los proyectos revolucionarios, no dejan de ser pertinentes. Igualmente, la apelación a la imaginación política para reconstruir nuestras sociedades y refundar la democracia haciéndola más sustantiva y que permitan a su vez enfrentar los graves problemas ecológicos, sanitarios, económicos, alimentarios, sociales y culturales que padece la humanidad.

Durante el encierro al que nos obligó la pandemia se hicieron muchos ejercicios en esta perspectiva y fueron discutidas múltiples alternativas. Hoy, tras el momento más grave, hay quienes parecen pugnar por la vuelta a una normalidad que parece imposible o que nos pone de manera acelerada en el derrotero de la destrucción. Sin embargo, es importante sopesar la profundidad de la megacrisis y por tanto las soluciones que nos exige y que, sin embargo, no parecen ser tan radicales por mostrarse tan razonables, pero si implican cambios sustantivos en el enfoque que pasa a priorizar la vida y el cuidado por sobre el lucro y la mercantilización de la vida en todas sus dimensiones. Esto puede ir marcando la posibilidad de una transición hacia un orden alternativo al del capitalismo.

Una vuelta al estado, a la valoración de lo público es una de las pistas más importantes para defender la vida de los ciudadanos y ciudadanas de nuestros países; de estados garantes de derechos y soporte de la provisión de servicios fundamentales. La redistribución de la riqueza que pasa por ciertos derechos, que los poderes conservadores siguen viendo como dádivas o programas focalizados, a los y las ciudadanas que puedan plasmarse en una renta básica universal que permita una vida digna de todos y todas lo que pasa por reformas tributarias que haga que los que más tienen paguen más. Que los bienes comunes sean utilizados de manera sostenible en función de todos y a los que todos tengan derecho, incluidas las futuras generaciones y no se conviertan en mercancías y privilegios, explotados desmedidamente.

Se requieren formas de planificación ecológica y territorial que permitan combatir seriamente la crisis climática y lograr sociedades menos depredadoras y más pertinentes a sus entornos. Que se priorice una “economía de la vida” por encima de una “economía zombi” que es la que ha tenido que ser subvencionada durante la pandemia o que es la que sigue generando especulación y acumulación de grandes fortunas al margen de las economías reales. Es decir, una economía en la que la educación, la salud, la agricultura, la cultura digital sean priorizadas y puestas al servicio del soporte de la vida misma como se mostró era posible en plena pandemia (Alconada, 2020). Esto exige también repensar nuestras democracias a través de la ampliación de derechos, pero también a través de la incorporación de las mayorías a la toma de decisiones.

Se requiere pues de un nuevo pacto social como lo dicen no sólo las izquierdas, sino incluso muchos sectores que atribuyen lo que viene ocurriendo a los fallos del mercado o del estado en los procesos de modernización producidos recientemente (Lopez-Calva, 2022). Quienes reclamamos la necesidad de un nuevo pacto social en el Perú, de un proceso constituyente que sea capaz de gestar una refundación profundamente democrática e intercultural del estado, un cambio social y cultural profundo que rescate lo mejor de nuestras propias raíces culturales y experiencias sociales igualitarias y democráticas, pero que a la vez nos permita encarar los desafíos que nos plantea la actual escena contemporánea.

¿Por dónde empezar?

El impasse que vivimos, configurado como un empate catastrófico sin salida política visible, requiere comprender que a estas alturas el poder constituido no da para más y ese poder constituido está expresado en los poderes del Estado, en los poderes fácticos, en el gobierno, también en la configuración actual de las izquierdas y los movimientos sociales. La evidencia de esto respecto de estos últimos, es decir de las izquierdas y los movimientos sociales, es la gran confusión ideológica, estratégica, programática y política en que se encuentran que no les permite ser parte de lo nuevo, sino de lo que se descompone. Para las izquierdas y los movimientos sociales es necesario por ello asumir un proceso de refundación que debe pasar por considerar que se requiere avanzar hacia la configuración de un proyecto histórico, más estratégico y desde la autonomía frente a lo constituido que permita una política independiente capaz de articular un programa de emergencia, un programa de grandes reformas a todo nivel y de un proceso constituyente de abajo hacia arriba con una movilización social y cultural. Esta es la base sobre la cual se debe apuntar a cambiar la correlación de fuerzas, forjar una nueva hegemonía política y cultural, construir una mayoría no sólo electoral y política, sino social.

Las izquierdas más ligadas a la descomposición han sido incapaces de asumir la hondura de la crisis e incluso abonan en la confusión poniendo por delante la defensa de un gobierno del continuismo más que una acción decidida en clave destituyente y constituyente. No sólo ahora, sino a pesar de las evidencias que ya se mostraban desde el 2016, con la crisis pandémica y ahora con un orden en acelerada descomposición (Campana; 2020). Se mueven en el cortoplacismo tentadas por protagonismos o poderes personales más que por apuestas colectivas transformadoras.

La creciente distancia respecto de los movimientos sociales y de los sectores populares, su incapacidad para instalar dispositivos transversales de organización, movilización, formación, comunicaciones, incluso plataformas para la participación conjunta en los procesos electorales muestran su debilidad e incapacidad. Es necesario revertir ello y pasar de un mito meramente electoral, que es lo que realmente las ha guiado, o la lógica de sectas en la que han estado cómodamente varias, a un mito constituyente, cuyo eje fundamental es la refundación del país. Pero ello también demanda un mayor esclarecimiento ideológico y programático. Ir más allá de los marcos del liberalismo o de las teorías conspirativas que han ganado terreno en medio del vacío y la decadencia política, y recuperar lo mejor del marxismo y de las teorías críticas es una exigencia fundamental para apuntar a relanzar una propuesta de transformación radical que no puede ser ajena a una apuesta profundamente democrática. Es importante también mirar los procesos de Nuestra América con atención, aprendiendo de sus errores y siendo capaces de leerlos en su especificidad.

¿Tendrán las izquierdas suficiente masa crítica para un proyecto de este alcance? Creemos que luego de la caída del Muro de Berlín y la implosión de Izquierda Unida ha corrido mucha agua bajo el puente. Las izquierdas a nivel global han desarrollado muchos experimentos que podrían permitirnos avanzar en la construcción de una nueva síntesis política y también programática. Pero lo que sigue faltando es replantear la mirada estratégica, es la construcción de una gran fuerza, de un sujeto o múltiples sujetos que puedan impulsar esos cambios que el mundo de hoy necesita más que nunca y que son contenidos por los grupos de poder que no estarán dispuestos a permitirlos, aun al precio de condenar a la humanidad y al planeta.

Referencias

Alconada, H. (2020) Entrevista a Jacques Attali. La Nación, https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/coronavirus-jacques-attalila-humanidad-aun-no-comprendio-nid2404532/

Brunner, J. (2020) Megacrisis y resiliencia. Centro de Estudios Públicos CEP. https://www.cepchile.cl/cep/opinan-en-la-prensa/jose-joaquin-brunner/megacrisis-y-resiliencia

Campana, A. (2020) La crisis de régimen, la pandemia y las izquierdas en el Perú. Perú Hoy 37. A ritmo de pandemia y cuarentena. Desco. pp 65-81

De Carolis. M. (2022) ¿Qué es el neoliberalismo? Red Editorial.

Han, B. (2012) La Sociedad del Cansancio, Herder.

Iguiñiz, J (2022) La educación pública en retroceso. Foro Educativo http://foroeducativo.org/2022/07/11/la-educacion-publica-en-retroceso/

Lopez-Calva, L. (2022) Hacia la construcción de estados de bien estar. Nueva Revista de política, cultura y arte. América Latina, mirar al futuro. UNIR pp.66-75 

Lynch, N. (2022) La Razón Política: una nueva constitución para el Perú. Horizonte.

Ramirez, I. (2020) El tiempo de la imaginación política. Revista Nueva sociedad. https://www.nuso.org/articulo/el-tiempo-de-la-imaginacion-politica/

Vergara, A. (2020) La crisis del Covid 19 como el Aleph Peruano. América Latina. Del Estallido social a la implosión económica y sanitaria post covid 19. Crítica.

 



[1] No tenemos solo que pensar y vivir el bicentenario en el año de su discutible conmemoración, sino podemos imaginarla en un periodo más amplio.

[2] Según encuesta reciente del INEI se ve un retroceso en el padecimiento de la anemia en diversas regiones siendo la más alta en Puno. Mientras que la riqueza de los billonarios peruanos pasó de 7600 millones de dólares a 11400 millones entre 2020 y 2021, o sea en plena pandemia.

[3] “Cambio responsable”, “La gran transformación”, “Nueva constitución”, fueron parte de esas promesas.

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