La instalación de un régimen autoritario encabezado por el congreso, la ultraderecha y los poderes fácticos es una evidencia más de que la constitución del 93 y del “pacto” social[2] instaurado en dicha constitución colapsaron y expresa una profunda crisis no sólo de régimen, sino de un estado que ha demostrado ser un fracaso para enfrentar la corrupción, la crisis sanitaria, la crisis alimentaria, la crisis climática que afecta a millones de peruanos y peruanas sumiéndolos en la precariedad y vulnerabilidad más absolutas, y por tanto atraviesan una profunda crisis de legitimidad pero también de impugnación. Las únicas capacidades demostradas por este estado han sido mantener las cuentas en azul a cambio del abandono de las mayorías, el favorecimiento de ciertos intereses y la letalidad de la que puede hacer ejercicio con las armas de las fuerzas represivas para contener a todos quienes cuestionan el orden. De esta manera, la salida autoritaria apunta a sostener/ restaurar el orden en crisis.
Si bien es cierto, como en otros lugares, la
ultraderecha está muy decidida a construir su propia hegemonía y busca cabalgar
en la sociabilidad neoliberal forjada a lo largo de todos estos años sobre la
base del individualismo, la antipolítica y el exitismo emprededurista; así como
invocando a miedos que conectan con la precarización, la inseguridad y las incertidumbres
para hacer emerger sentimientos e ideas reaccionarias, su pretensión se
estrella con un país con un fuerte componente indígena y comunitario
despreciado secularmente por los ancestros de esa misma ultraderecha que no
puede contener su racismo y clasismo, su aversión y desprecio a la mayorías
cuando muestran su capacidad de agencia y cuestionan más abiertamente el orden.
Esta profunda crisis nacional, sin embargo, es
más seriamente tomada por estos sectores que desde el 2017 han ido desplegando
un golpe estratégico[3]
que ha tenido varios ensayos y que ha tenido como su epicentro al congreso como
ocurrió con el golpe que buscó poner a Merino como presidente y luego con este
congreso que, después de un asedio al gobierno de Castillo y de provocarlo para
intentar un golpe, finalmente terminó propiciando la posibilidad de tener en la
presidencia a su nueva aliada, Dina Boluarte. Este golpe estratégico finalmente
ha tenido sus puntos de soporte en lo que quedó de la estructura de poder
fujimorista, es decir en los poderes económicos, mediáticos y también
represivos como podemos comprobar ahora con unas fuerzas del orden sometidas a
los designios de los sectores más reaccionarios del país y dispuestas a
desempolvar lo peor de la doctrina de la seguridad nacional. Este es además el
costo de no haber desarticulado ese andamiaje de poder tras la caída del
fujimorismo.
En cambio, las izquierdas ha demostrado no
entender la crisis, a pensar sólo en el corto plazo y solo se ha dedicado a
desperdiciar las oportunidades que un pueblo dispuesto y disponible al cambio
le ha otorgado a pesar de ser traicionado muchas veces como cuando ocurrió esto
con el humalismo, pero también con todos los que se vendieron como portadores
del cambio y al final solo buscaron robar y mantener el orden establecido en
piloto automático; un pueblo que vio con expectativa la construcción de un
Frente Amplio que pasó a la historia con más pena y miseria que gloria. Una
izquierda históricamente proclive al catastrofismo[4]
de repente es impotente para entender el momento que vivimos y actuar a la
altura: más preocupada por defender un orden que no da para más en defensa de
una “democracia que ya no es democracia” en sus expresiones más liberales; o en
sus supuestos sectores más radicales y pretendidamente populares que se
comportan como “microbios feroces que se devoran unos a otros en una gota de
agua”[5]
en una supuesta cruzada para dar lugar a la representación más genuina de lo
plebeyo, pero que tiene en el fondo como única pretensión sacarse alguna “tinka”
electoral y terminan incluso aliados de la ultraderecha como ha pasado con Perú
Libre y otros.
En el contexto de un país cada vez más
fragmentado y desconfiado, con un humor profundamente destituyente la salida
autoritaria ha tomado iniciativa y aparentemente se consolida a pesar del gran
rechazo ya sea pasivo (expresado en las encuestas) o activo (en las calles) que
ostentan tanto el ejecutivo como el legislativo. La izquierda tiene una gran dificultad
para hacer de este ánimo destituyente una voluntad constituyente que dispute
seriamente la posibilidad de una salida constituyente ciudadana, popular y
comunal a la crisis y enfrente el proceso de restauración autoritaria que está
en curso desde los sectores dominantes y la coalición autoritaria. No se logra
construir un mínimo de consensos en las izquierdas y menos de estas con un
bloque democrático más amplio. ¿Cómo salir de esto con unas izquierdas que
evidentemente no están a la altura de las circunstancias y que más bien han
evidenciado su desencuentro con el pueblo movilizado y con el desafío de la
crisis más allá de los esfuerzos que en esas mismas izquierdas despliegan
algunos sectores?
No vamos a insistir en la megacrisis que vive
la humanidad pero sí es preciso comprender que, como dice Alvaro García Linera,
nos hallamos en un “tiempo liminal”[6],
en el tránsito de una época a otra cuyo sentido está en disputa, una disputa
que tiene connotaciones abiertamente violentas, polarizantes y autoritarias que
se expresan en nuevas guerras interimperialistas y en la emergencia de la
ultraderecha que, como plantea Maurizio Lazzarato[7],
desarrolla una guerra contra los trabajadores, las mujeres y los sectores
racializados para dar paso a un nuevo ciclo de acumulación. En ese contexto la
gobernabilidad democrática liberal se hace cada vez más inviable y la vuelta a
la normalidad, la normalización que algunas izquierdas se empeñan en buscar, es
un imposible.
Son tiempos de reconstruir una perspectiva
estratégica para una alternativa socialista al capitalismo realmente existente;
de imaginación política que permita disputar el sentido del futuro sobre la
base de encarar los actuales problemas que vive la humanidad y el país. De
plantearnos una forma de democracia más sustantiva y no contentarnos con la
ingenua posibilidad de un buen gobierno y una buena gestión para mejorar las
condiciones de las grandes mayorías. Esto significa volver a momentos de vanguardia,
pero también de forjar una fuerza política social que de manera enraizada
empiece a construir una nueva articulación de clase y una nueva correlación de
fuerzas. En este sentido, no sirven ahora los atajos y las ventanas electorales
están cada vez más cerradas. Es importante asumir que son insuficientes las
disputas discursivas y electorales si no van acompañadas de prácticas sociales concretas
que tengan un sentido antineoliberal y anticapitalista. Las izquierdas
requieren tener una propuesta integral de poder y ser parte de un poder
constituyente emergente que pueda derrotar al poder dominante y democratizar
sustancialmente la sociedad y el estado. Estas no son tareas sencillas ni de
corto plazo y se debe renunciar a la idea de una normalidad o de consenso
imposible con quienes vienen apelando a la liquidación del adversario sin
ningún reparo y que ya han perdido cualquier tipo de modales democráticos.
Esto significa insistir en la configuración de
un mito movilizador de carácter constituyente, que pone como norte la
refundación del país y que se consagra en una profunda revolución democrática
que cambie las reglas de juego. Se requiere de la articulación de este mito a
la atención de las demandas más inmediatas y a las más estructurales, lo que
permitirá la conformación de un sujeto de cambio sobre la base de un programa.
Hay que prepararse para las contiendas electorales, pero es ya un absoluto
error pretender que con ellas resolveremos nuestra distancia con el pueblo. Se
requiere construir un movimiento popular constituyente que pueda forjar poder
popular, una nueva correlación de fuerzas a nivel social, cultural, mediático y
político. Para todo esto se necesita reagrupar, sumar fuerzas. Ya no alcanzan
las consignas tácticas que además nos dividen o nos entrampan en las
contradicciones electorales.
[1] Vale
la pena aclarar de qué hablamos cuando nos referimos a las izquierdas
democráticas. No aludimos a las izquierdas liberales, sino a aquellas que
asumen la necesidad de una revolución democrática en el país y no a quienes han
cedido a los encantos del conspiracionismo derechista y han terminado de
comparsa de la salida autoritaria, reaccionaria, restauradora y antipopular.
[2]
Podemos discutir que en sus orígenes fue un pacto social ya que fue
principalmente una imposición autoritaria y violenta, sin embargo, rigió la
existencia de los peruanos y peruanas durante los últimos treinta años.
[3] Un
“golpe estratégico” que provocará un “golpe táctico” no necesariamente
inevitable dado por parte de Castillo. Esta idea la tomo de un texto citado por
Manolo Monereo en su reflexión sobre la guerra “operativa” lanzada por Rusia
contra Ucrania, que no es sino una respuesta, en este caso sí inevitable a una
guerra estratégica lanzada por los Estados Unidos y la OTAN para detener a
China y el declive norteamericano: «El agresor estratégico es la potencia que
impulsa al propio adversario y lo obliga a convertirse en agresor operativo. La
agresión estratégica comienza antes de la guerra, mientras que la agresión
operativa marca el paso inicial» (Von Lohausen). En: “Rusia toma la iniciativa:
Tucídides ya llegó” https://www.elviejotopo.com/topoexpress/rusia-toma-la-iniciativa-tucidides-ya-llego/
[4]
Las izquierdas se caracterizaron por la idea del derrumbe del capitalismo como
inevitable e inminente. Hoy que vivimos una aguda crisis del capitalismo en su
versión neoliberal somos incapaces de asumirla y convertirla en una oportunidad
para propugnar cambios de fondo.
[5]
Esta es una perfecta descripción de la autodenominada izquierda provinciana,
radical y supuestamente nacional popular que tomo de George Lichtheim quien
describía así a las sectas posleninistas en su libro Imperialismo. Primero en
su versión como parte del gobierno y hoy en sus alianzas oscuras con la
ultarderecha en el parlamento que con el uso del adjetivo caviar han buscado
distinguirse de las otras izquierdas con fines claramente oportunistas y
sectarios.
[6]
Ver: “Tiempo histórico liminal” https://jacobinlat.com/2021/01/05/tiempo-historico-liminal/
[7]
Ver: Guerra o revolución. Porque la paz no es una alternativa. Tinta Limón.
Buenos Aires 2022.
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