Sería imposible mencionar todas
las reacciones, sensaciones y reflexiones que me ha generado el libro de
Ricardo y Piero llamado “Escalera al infierno”, en honor a uno de los temas más
entrañables de “Del Pueblo Del Barrio”, del cual son fundadores y referentes
los autores, compuesto para un evento parroquial parafraseando la canción “Escalera
al Cielo” de Led Zeppelin. Presentaré aquí algunas. Quiero empezar por traer a
colación al filósofo sur coreano Byung Chul Han quien dice que lo que nos ha
hecho humanos, además de nuestra capacidad de actuar, es la capacidad de
contemplar, de asombrarnos con lo que nos rodea, de reflexionar y de crear. En
la sociedad en que vivimos hay cada vez menos tiempo para contemplar, para
detenernos a pensar en la vida, en lo vivido, en el mundo, en los otros pues estamos
cada vez más arrojados a ampliar nuestro rendimiento, a hacer sin detenernos,
autoexplotándonos para lograr supuestamente el éxito y la felicidad que es el
premio que sobreviene cuando nos hemos transformado en nuestro propio y exitoso
emprendimiento, en nuestra propia mercancía para vender, llegando sin embargo,
al final de nuestros días solos, con la sensación de que todo fue fugaz y sin
sentido. Que fuimos solo otro ladrillo en la pared, la tuerca de una gran
máquina, sino un deshecho. Una fantasía que nos cuesta la vida misma, haber
sido solo los engranajes de una sociedad sin memoria, sin historia, sin sentido
y donde lo que predomina es la desigualdad, la muerte e innecesarias cuotas de
sufrimiento.
Los testimonios de Ricardo y
Piero son en este libro, y en lo que transmiten, una rebelión contra esto.
Primero porque “Escalera al Infierno” (no sabemos si el de la perdición de este
mundo, o el del infierno que nos pintan para ocultarnos los deseos más
profundos de la humanidad) es lo que necesitamos para humanizarnos, para
contemplarnos, para observar y reflexionar sobre el recorrido vital que, sin
dejar de ser muy singular y bastante personal, es también un parte de una
contemplación y reflexión colectiva, la de generaciones de los setenta, ochenta,
noventa. Una oportunidad para rememorar lo que fuimos, tomar conciencia de lo
que somos y mirar a dónde queremos ir, resistiendo a ese exitismo e
individualismo dominantes, reactualizando la lucha por la justicia, la
solidaridad y la libertad en estos tiempos, no sólo desde las izquierdas sino
desde nuestras propias raíces andinas, no sin dejar de buscar con ello, o por
ello mismo, universales.

Están recogidos en el libro la
militancia política, el amor por el arte, por la música, por la vida, por la
patria, por el socialismo, por nuestras raíces, por la revolución siendo estas
apuestas una rebelión en sí mismas teniendo un precio alto. Los testimonios de
vida de estos dos compañeros, camaradas, forjadores de un proyecto colectivo con
sus idas y sus vueltas, sus conflictos, tensiones, contradicciones, sus
rupturas y su creación de alguna manera reflejan también la vida de miles de
peruanos y peruanas en las últimas décadas a quienes nos tocó vivir en un país
dibujado por las migraciones, el desarraigo, el racismo, la desigualdad, las
luchas sociales, la urbanización acelerada, el conflicto armado interno, la
dictadura, la guerra sucia, los coches bomba, el neoliberalismo y la forja dentro
de ello de la posibilidad de una patria para todos. Muchas experiencias
relatadas no dejan también de ser la biografía de muchos y no dejamos de vernos
reflejados en varias de sus circunstancias. Solo que el privilegio del arte
hace que estas saquen a flote sentimientos y anhelos muy profundos que
propician un diálogo colectivo.
Es esta una autobiografía
colectiva, construida con experiencias personales y cotidianas, tejidas con
experiencias sociales e históricas que aparecen tensionadas, conflictivas,
contradictorias y complementarias a lo largo de los relatos. Los militantes
revolucionarios dispuestos a la disciplina y el ascetismo más duro, la
disposición a perder la vida y acabar en la cárcel con altas dosis de
sacrificio y renuncia importantes para afrontar los grandes momentos históricos
que dan la impresión de vivir con la vida en la punta de los dedos; y la rebeldía
desde la vida cotidiana, desde lo mundano, desde el arte y la música, desde la
familia y el amor, desde el alcohol, las juergas y las drogas, desde el día a
día de la supervivencia y la precariedad que nos hace ser parte de ese pueblo
por el que decimos luchar y que atempera todas nuestras desviaciones pequeño
burguesas y entender como decía el Che que el socialismo no se construye solo
en los momentos álgidos del combate, sino también en la vida diaria con todos
los claroscuros que ello plantea. Todo vivido con una gran intensidad y
traducido a la música y la letra de las canciones.
El arte, la música, se hace un puente y ayuda a dar cuenta y a articular esta compleja realidad, Música con sentido y sentimiento, vehículo de los mitos y agitación de las luchas populares y las vivencias del barrio y la ciudad. La música que mezcla la música andina y el rock progresivo, la de los migrantes que transformaron la faz de la amada y odiada Lima en una disputa sin cuartel por conquistarla para dar paso a un “nuevo indio” que la habita y que expresa no una síntesis en la que lo propio y autóctono se pierde, sino donde esto se actualiza para afrontar los desafíos del presente y del futuro donde podamos construir y vivir todas las patrias, como decía José María Arguedas, la sociedad del pan y la belleza que propugnaba Mariátegui, la de la patria hermosa de nuestro querido Manuel Dammert.
Las experiencias de niñez están
relatadas en estas historias de vida, con la mamá trabajando de empleada del
hogar o la familia grande que hace sus fiestas de rompe y raja en Matute. La
parroquia y los primeros amores. La escuela y el inicio de la militancia
política al calor de las movilizaciones de los maestros. Los actos político
culturales. Seguridad de estado y la pasión por la música empezando por lo
Beatles. El futbol. La pasta básica y el alcohol. La poesía de Kloaka contra
Hora Zero. El cuestionamiento a la militancia rígida y la disposición a la
lucha con todos sus riesgos. La célula, la formación como cuadros y el minuto
conspirativo. Los viajes a Europa y la añoranza de la tierra, los conciertos.
Quilca. La movida subterránea. Del Pueblo, del Barrio, del Pueblo y la
composición. Marcahuasi. Las invasiones de terrenos. La cárcel. El condorock.
La lucha contra la dictadura. Las performances provocadoras y la búsqueda del
perfeccionamiento artístico. Las dificultades que conlleva ser un artista en un
país como el Perú. Con el lenguaje del barrio, de la calle todo ello es la
historia de la “música barrio” que vitalmente emergió de ese Perú bullente y al
borde, nuevamente, de ser fallido.
“Escalera al Infierno” es un
testimonio que crea también un puente entre generaciones. En lo personal, me
tocó ser joven cuando ya la dictadura se había instaurado, cuando la primera
gran oleada del rock subterráneo había pasado, cuando ya no había partidos
donde ser militantes revolucionarios, cuando la guerra aparentemente había destruido
los puentes generacionales y quedamos aparentemente huérfanos. ¡Qué
equivocación tan grande! No puedo dejar de reconocer a varios compas en esas
páginas que también nos acompañaron en nuestras andanzas. La contrainsurgencia
que contó con la colaboración del terror que desató un supuesto grupo
revolucionario para aplastar los proyectos de transformación en el Perú no pudo
acabar con la resistencia cultural, con la persistencia de camaradas como
Ricardo y Piero que nos ayudaron a seguir soñando, a seguir rebelándonos contra
el poder y la miseria. Fueron la base sobre la cuál pretendimos relanzar
nuestras nuevas radicalidades.
No quiero dejar de traer un
recuerdo de los 90s. Como le dije a Ricardo, vivimos tanto y tan intensamente
que he ido olvidando. Y este libro me ha hecho recordar mucho. Incluidas las
trancas, los desamores, los debates, los estudios, los actos político
culturales. Queríamos vivirlo todo. Recuerdo que en plena dictadura organizamos
un concierto recordando la caída del Che en el Parque Universitario. Contábamos
con una hermosa pintura que para la ocasión había pintado el gran Víctor Delfín
y que parecía hecha de fuego. Esta pintura hizo de telón de fondo del
concierto. “Del Pueblo Del Barrio” hacían parte del programa. Piero me pidió
que consiguiéramos huevos. Ya en la presentación, cantando la Rebelión se
justifica, tenía una pequeña arma de juguete empuñada que parecía un chisguete
de agua. Fustigaba el por qué no nos rebelábamos contra la tiranía y dijo que
lo que faltaba eran huevos. Y empezó a lanzar los huevos por todos lados desde
el estrado. Cantamos también el poema Orgullo Aimara cambiando la letra, ahora
sí/vas a saber/ lo que vale/ el Che Guevara.
Quiero cerrar esta intervención citando
una de las más potentes líneas que encontré en este libro y que expresa lo que
han sido estos derroteros vitales: “No fuimos una organización criminal, solo
pusimos bombas a los cerebros mediocres y la estúpida vergüenza que tienen
muchos de ser peruanos…Agitamos el orgullo andino y los valores de su cultura
sin cesar”.
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